Mi memoria es aquella cueva.
Con el calor encalábamos sus paredes;
a Julio el gato lo encerrábamos en una jaula ( pisaba la cal y dejaba sus huellas
por el suelo y muebles); abríamos las ventanas
y entraba un calor dulce que me alegraba, ella encalaba más que yo,
yo sólo la miraba más. Miraba sus mallas, su sujetador…Su corazón era como aquella
cal, puro y desinfectante. Terminábamos. Alguno preparaba la cena
y Julio salía de su jaula y reclamaba su parte de cena. Nos miraba mientras zampábamos. Los
tres pares de ojos observándose entre sí. Si eso no era felicidad se parecía mucho; tengo
miedo a que mi memoria adquiera forma de habitación cuadrada. Es tan triste la vida de llanto
vecinal.
Julio,
Teresa, rezar por mí, rezar porque mi memoria y mi alma se mantenga libre en su
irregularidad, como las paredes de vuestro templo.
miércoles, 19 de mayo de 2010
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