Ahora mismo veo a mi madre
a través de una ventana dorada.
Mi madre y sus pequeñas manos
bajo el agua fría y el tintineo poliédrico
de las cacerolas.
Nosotros sentados en la mesa
hablando de la vida que fluye y se escapa,
ella y sus treinta años
de pasteles cuadrados,
son para mí tesoros rugientes de luz y consuelo.
martes, 11 de mayo de 2010
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