martes, 20 de abril de 2010

Jacuzzi.

Durante un par de meses mi amigo y yo íbamos a nadar a la piscina municipal. Dentro de la piscina había también un baño turco y dos jacuzzis circulares llenos de burbujas. Dentro del baño turco hablamos de tetas y más tetas. Sólo estábamos nosotros así que para que hablar de otra cosa. En el jacuzzi la conversación era mínima. Inexistente. Normalmente siempre había alguna mujer mayor dentro de los dos jacuzzis. Con paso sigiloso, dejábamos nuestras viejas toallas de propaganda en la barandilla, las chanclas a un lado del filo de la bañera circular apartadas, como si nos arrepintiéramos de algo, y nos metíamos con la mujer y las burbujas. Siempre saludábamos con un hola discreto, demasiado educado y lisérgico para mi gusto. Hola respondía la vieja de turno. Allí con ese olor fuerte a lejía, y el techo de madera con betas y nudos como estrellas, pensaba en nada. Era casi imposible pensar. Esa mujer con gorro alienígena cerraba los ojos, apretaba las sienes, respiraba profundo, estiraba sus brazos, nos robaba toda nuestra energía. La vimos un día por el parque joven y guapa con dos buenas tetas.

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